El domingo pasado tocó madrugar para enfrentarse a un viaje de cuatro horas y media de tren. El trayecto no fue mal del todo. No podía faltar el niño coñazo y porculero, pero de eso se encarga Renfe de repartirlos estratégicamente para que haya uno cerca de cada pasajero.
Esta vez el bocata de chorizo no se hizo de rogar, "esta vez ha sido muy madrugador", como dirían los que comentarista del sorteo de Navidad. Salimos de Sevilla a las 9 de la mañana y el olor a choricillo ya estaba presente sobre las 9.20h. En otras ocasiones, el portador del aromático tentempié tenía la decencia de esperarse a pasar Córdoba, para en ese trayecto dejar al resto de pasajeros echar una cabezadita libre de olores.
Lo importante de todo esto es que llegué. Desde entonces han pasado unos cuantos días en familia (y los que aún quedan). Pensé hacer un post más largo pero la cada vez más inexistente privacidad y el hecho de que no puedo estar más de cinco minutos seguidos haciendo algo con el ordenador o el móvil hacen que sea algo más complicado que una misión imposible. En cuanto disponga de un ratillo más os sigo actualizando, que llevar las cosas de mi cabeza hasta aquí me lleva algo más de veinte segundos.
Ya véis cómo he empezado el año, ¿y vosotros qué tal lo habéis empezado? Gracias por leerme una vez más.
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